martes, 1 de diciembre de 2009

Energía Nuclear I: Introducción (en construcción)

Durante las primeras secuencias de “2001: A space odyssey”, todo contribuye a elevar el vuelo del espíritu. A los quince años, me impresionó vivamente, en particular el cambio de escena donde se ve volar el hueso de utilería arrojado por el homínido primitivo, e inmediatamente después aparece la estación espacial, de forma y color similar al hueso, pero a cuatro millones de años de distancia. Como fondo, los acordes grandilocuentes de la obertura de “Also sprach Zarathustra”, una oda a la voluntad de poder, me movieron a las lágrimas. Estaba yo siendo testigo de cómo nacía… ¿el hombre? Dado que esta serie está dedicada a la energía, tal vez sería más apropiada una imagen de “Quest for Fire”, pero esta entrada en particular tiene mucho que ver con el uso que se le da a la energía.

Dentro de cuatro millones de años (me parece que esa es la cantidad de tiempo, hacia el pasado, en la que Stanley Kubrick sitúa su épico cortometraje prologal), tal vez, un equivalente flaco y cabezón de nuestros cineastas elabore un documento similar sobre el hombre del siglo 20: al descubrir el poder del átomo, saltando y gritando de gozo, su primer impulso experimental fue destruir un par de ciudades. Si nuestro cineasta del futuro tiene la misma visión glorificadora de la hermandad entre violencia y tecnología, puede usar la misma obertura de Strauss.

Luego tenemos el accidente de Chernobyl, el de Tres Millas, el del submarino nuclear gringo que hundió un barco japonés… en éste último caso, el hecho de que el submarino utilizara un reactor nuclear para moverse era irrelevante, pero contribuye a incrementar la lista de muertes relacionadas con la energía nuclear. Desde luego, 200 personas murieron en Chernobyl inmediatamente después del accidente, y otras 400.000 resultaron y siguen siendo afectadas, y nadie va a poder vivir ahí en por lo menos 300 años. Pero no estoy seguro de cuántos millones de personas han muerto en Irak por causa de otra fuente de energía, una que, de paso, está por terminarse. Y en este caso no se trata de accidentes, sino de decisiones informadas y consensuadas, apoyadas por millones de personas que avalan abiertamente esa violencia o con acciones contribuyen a mantenerla. Más o menos lo mismo está detrás del Plan Mérida y el Plan Colombia: el imperio gringo, en su caída al abismo del vacío de hidrocarburos, se aferra a los bordes: las reservas petrolíferas de México y Venezuela.

Es una verdadera lástima, porque hay mucho uranio por ahí, es baratísimo, y ni siquiera es lo único que se le puede dar de comer a los reactores nucleares. Por otro lado, se sabe que la fusión nuclear deja todavía menos residuos radiactivos, aunque todavía está en fase experimental. Existen otras maneras en las que podemos producir energía limpia para recargar nuestros celulares y ver “Friends”, pero esta serie está dedicada a la energía nuclear, principalmente porque en estos momentos estoy haciendo cierto trabajo en la única planta nucleoeléctrica de México: la Central Laguna Verde.

Me da no sé qué cuando miro por la ventana y veo el edificio del reactor de la Unidad 2, con la misma representación esquemática de un átomo que traía la Hormiga Atómica en su casco. El sábado pasado visité este edificio y me llevaron hasta donde tienen el ominoso estanque que alberga el combustible usado (básicamente uranio y otras cosas radioactivas bastante mortales); a unos metros de ahí, en el fondo de la alberca, debajo de una tapa de concreto de cuarenta toneladas y otra de acero que también ha de ser pesadísima, trabaja las veinticuatro horas del día un sistema complicadísimo de ensambles de combustible, barras de control, válvulas, tubos, tubitos, tubotes, y millones de pastillitas de uranio enriquecido que sirven básicamente para calentar agua, convertirla en vapor y mover una turbina que, a su vez, moverá un generador eléctrico. Así es: una central nuclear es básicamente una máquina de vapor. Pero si el improbable lector acostumbra viajar en carretera, en avión, o tiene una idea realista del tamaño del territorio nacional, no podrá menos que coincidir conmigo en lo impresionante que resulta el que un artefacto de veintidós metros de largo (el núcleo del reactor) produzca la energía que se consume en ciudades a cientos de kilómetros. Otra idea cuantitativa: las dos unidades de Laguna Verde producen 5% de la energía del país (2.5% por unidad); en comparación, se necesitan 354 unidades termoelécticas para producir otro 79% de energía (es decir, 0.22% por unidad). Hay una sensible diferencia.

Después de estudiar la manera en que funciona una central nucleoeléctica, resulta grosera la forma en que se quema carbón, combustóleo, diesel y gas para hacer hervir el agua en las termoeléctricas (sí, esas también son grandes máquinas de vapor, con la diferencia de que en éstas se arroja constantemente gases de efecto invernadero a la atmósfera). La imagen de esas feas columnas de humo, como saliendo de un campamento del paleolítico, me hace regresar al australopiteco de Kubric y su hueso; la estación espacial equivaldría aquí a un reactor nuclear. También se me viene a la mente un anafre y un horno de microondas. Con una diferencia: no se puede cocinar un bistec a las brazas en un microondas, pero las turbinas pueden ser movidas de igual manera con el vapor generado con carbón o con uranio.

Hasta hace una década, el impulso dado a la energía nuclear había decaído, principalmente por al accidente de Chernobyl. Resulta interesante, considerando el mal momento de la industria, pensar que el inicio de la operación comercial de la Unidad 1 de Laguna Verde se diera apenas un año después. Veinte años más tarde, me fue imprescindible informarme al respecto. Aquí se pueden ver algunas fotos interesantes del sitio; llama mucho la atención, en las cercanías de la planta, el cementerio de vehículos abandonados después de las maniobras de salvaguarda de la región; están muy contaminadas por la radiación. Al día de hoy, se sabe que unas 3.500 personas viven ilegalmente en las cercanías del área, y tienen un nombre especial en ruso que yo me imagino ha de ser parecido al uso de “paracaidista” que le damos al español en México. En las grietas del sarcophagus (una estructura de concreto como de 200 o 2 millones de toneladas) que colocaron sobre el sitio donde explotó el reactor, hoy en día viven animales silvestres, y el lugar ha sido declarado refugio para la vida salvaje, pues diversas especies que ya no se veían por ahí ahora deambulan. Algunos pájaros, sin embargo, tienen los picos chuecos, y otros presentan anomalías como pecas o algunas plumas albinas; si esto se conserva en el registro genético de la especie, por cualquier capricho de la evolución, será entonces algo benéfico.


SE entiende que exista preocupación por los riesgos potenciales asociados a la energía atómica. Algunos grupos como Greenpeace publican documentos que expresan su desacuerdo respecto a su uso, aunque, si este documento es representativo de su punto de vista como organización, es evidente que están mal informados (si alguien lo desea, puedo comentar sobre ciertos puntos que chocan con la evidencia). O tal vez sólo busquen qué hacer el fin de semana; tal fue el caso, considero, de la extraña aventura del llamado Ecolgista Universal, quien marchó desde la ciudad de Xalapa, a 60 kilómetros de Laguna Verde, portando una cruz y seguido por una comitiva de gente que se tendió en el pastito que está afuera de la planta fingiendo estar muertos. Es cierto que las reacciones que se dan en la planta producen plutonio, pero de ahí a pensar en que se pretende utilizarlo para la construcción de bombas atómicas hay un camino muy largo.


A raíz del accidente en Ucrania, se creó WANO (World Association of Nuclear Operators), que realiza inspecciones de seguridad de las plantas y fomenta el intercambio de experiencias y buenas prácticas. Como éste, existen otros organismos como la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica), dependiente de las UN, que asesora a los gobiernos sobre el “uso seguro” de la energía nuclear y promueve actividades de aprendizaje sobre la industria, como conferencias, cursos y libros. En Estados Unidos, existe IMPO (Institute of Nuclear Power Operations), y en México, la CNSNS (Comisión Nacional de Energía Nuclear y Salvaguardas).