martes, 22 de mayo de 2007

Investigación: ¿El precio de la fama?

Monterroso comienza su texto "Homo scriptor" con las siguientes palabras: "El conocimiento directo de los escritores es nocivo". ¿Quiere decir que el escritor, al aprehender el mundo, es de cierta manera afectado negativamente por él, o que el conocer en persona a un escritor es lo nocivo? Monterroso tiene en mente lo segundo. La primera vez que leí esa frase, se me ocurrió que tal vez el mundo le produce una especie de quemazón al escritor, que es un ser de gran sensibilidad. Pero ese texto se trata más bien de los escritores con personalidad desagradable. Volteo mi ejemplar de Movimiento perpetuo, el editado por Punto de Lectura, y veo la cara de Monterroso: en su mirada hay algo que no me gusta, una especie de superioridad despreciativa, casi una maldad. Me gusta leer a Monterroso, aunque de repente me molesta su petulancia al hablar de "sus amigos escritores", su presunción al hablar de todo lo que ha leído; en general, me parece que su intención es dejarnos ver sólo un poco de su vida personal, la vida de un "gran escritor", su comprimiso espiritual con el arte o algo así. No me gusta, me parece un estereotipo. En la biblioteca me encuentro con un librito donde algunos críticos, y el mismo Monterroso, hablan sobre Monterroso: en la portada veo a un señor chaparrito con una boina ridícula que sostiene a un perro (o un gato). Su mirada es la de un niño blando y chillón. Hasta aquí la primera observación.
Hace poco, un amigo me dijo que si seguía yo de "PPP". Cuando le pedí una aclaración, me dijo que significaba "Poeta Posmoderno Puto (o Pendejo, según sea el caso)". Creo que mi amigo hacía referencia a cierta etapa de mi vida en la que me esforcé por llevar una existencia miserable. Conozco gente así: una amiga del trabajo, un amigo de hace años, el imbécil de Rimbaud. Para entonces ya había observado esa voluntad de revolcarse en la mierda que tenemos algunas personas con ambiciones literarias. No sé si a esto se refiere Borges en el cuento aquel del Aleph en el que Homero se encuentra con los trogloditas. Esta es la segunda observación.
Últimamente he estado leyendo a Kierkegaard. En su Tratado de la desesperación hace algunas observaciones interesantes sobre la tipología del desesperado. En una de ellas, por ejemplo, vemos la estampa (muy frecuente en los textos existencialistas posteriores) del sujeto que va por la vida dejándose vivir, como autómata, siempre buscando el rebaño, etc. Y como esa hay algunas otras viñetas, pero la que quiero destacar aquí es la del desesperado (consciente de su desesperación, a diferencia del primero) que no hace nada por mejorar su condición; yo creo que más bien busca las situaciones grotescas o abyectas de la vida en un esfuerzo no sé qué tan conciente por pasarse muy malos ratos. Según Kierkegaard, este tipo de desesperación es frecuente entre los poetas, y más entre los más grandes, dice él.
No sé que tanto se haya hablado de esto. Me refiero al sujeto con ambiciones literarias que, al estudiar las biografías de los escritores y ver tanta miseria, se arroja al abismo con la idea de que esa clase de experiencias le van a convertir en un gran poeta o novelista. Es como una histeria medio compleja, como que a alguien le gusta la literatura y empieza a convertir su propia vida en una novela y se mete en tugurios de o relaciones destructivas para luego tener con qué escribir unos capítulos. No creo ser el único que haya tenido esta fantasía.
Dejo esta entrada, bastante personal, abierta, esperando comentarios. No sé si la miseria moral sea necesaria para obtener talento, o si lo sea para algunos pero no para otros, espírituos apolíneos. Por otro lado, se sabe que algunas personas muy espirituales fueron antes algo completamente opuesto.

Actualización del sábado 02 de Junio de 2007:
He estado haciendo alguna investigación de campo. Me dicen que de esto se ha hablado en plan epidémico. Sin embargo, quiero hacer una aclaración. Es bastante frecuente que se hable de dos temas relacionados con el mío. El primero, que el escritor es con frecuencia un individuo atormentado, y que de su tormento le sale después tela de dónde cortar para sus escritos. Hoy en la mañana me platicaban del caso de Matt Groening: parece que “Los Simpson” se le ocurrió durante un periodo de alcoholismo crónico. Otro ejemplo es Rimbaud, que escribió Una temporada en el infierno en la indigencia. Pero mi investigación no es sobre si existen o no obras con un antecedente de ruina moral. El otro tema relacionado es la neuroticidad de las personalidades creativas, bastante estudiada por los psicólogos y gente interesada en “potencializar” las capacidades humanas (por lo regular con intereses mercantiles). Este tampoco es exactamente el tema que me interesa.
Antes de aclararlo, voy a señalar otros dos puntos. El primero es la también ya vulgarizada noción de que el poeta escribe por nostalgia, por un sentimiento de ausencia y esas cosas. Kierkegaard sostiene que el poeta llega a visiones sublimes de la realidad, a veces vestidas con la belleza del lenguaje, visiones que son “lo mejor de él mismo”; sin embargo, continúa Kierkegaard, esa cima de sí está dentro de una esfera puramente estética, en otras palabras, el poeta describe lo que anhela pero no tiene, la nostalgia de lo infinito, por ejemplo, y escribe cosas maravillosas que difieren diamentralmente de su existencia como sujeto real, donde es un individuo bastante patético. El segundo punto que quiero señalar es el escape de la realidad: no veo el mundo, pero describo el mundo que existe en mi interior, que sí es bello.
Ahora bien: no pretendo averiguar por qué el escritor ha escrito, sí la razón de que nos guste leerlo viene de alguna miseria moral que le tocó vivir, sino más bien el grado de conciencia con el que se dejó llevar (o evitó escapar) a la miseria moral, más aún, si él mismo la buscó para hacer de su propia biografía algo más artístico, menos burgués. En otras palabras, si había un para qué, y qué tan consciente, de su sima. Por ejemplo, Malcolm Lowry decidió que iba a morir de alcoholismo y nos dejó algunas grandes novelas antes de, efectivamente, morir de alcoholismo. La pregunta sería para qué querría Lowry morir de alcoholismo.
Dice Carlos Onetti que la vanidad de un escritor no tiene límites. La vanidad extrema es signo de una mente medio retorcida. ¿Puede la vanidad retorcer la mente de un sujeto al grado de hacerle buscar la propia degradación?

Actualización del lunes 25 de octubre de 2007:
El joven Emilio Sinclair, al narrar las viscisitudes de su adolescencia, señala de paso la impresión que le causó el advertir hasta qué grado sus pensamientos íntimos eran un reflejo de las grandes corrientes de pensamiento: la influencia de lo social sobre lo subjetivo-individual. Quien se crea muy espontáneo y original, está invitado a seguir leyendo para ponerse a prueba. En un libro sobre Susan Sontag (Verónica Abdala, 2004) me encontré parte de un ensayo que se llama "El artista como sufridor ejemplar", el cual me sirve para seguir ilustrando mi tema:
"El artista es el sufridor ejemplar. Y entre los artistas, el escritor, el hombre de palabras, es el que miramos como capaz de expresar y sublimar su sufrimiento, transformándolo en arte. Así como en épocas remotas el pueblo exigía el sacrificio humano en el marco de ciertas prácticas religiosas, los habitantes del mundo de hoy parecen exigirle al artista una considerable cuota de su sufrimiento como garantía de la veracidad de su arte. [...] En una concepción que asocia a los mandatos originales del cristianismo --a los artistas contemporáneos se les exige lo que en tiempos remotos se esperaba de los santos--, esta corriente empalma, subraya, con la tendencia de la cultura occidental a sobrebalorar el sufrimiento. Más precisamente, los méritos y beneficios espirituales del sufrimiento."
En otro ensayo de Contra la interpretación, Sontag señala que esa es la imaginería social sobre los artistas, y sigue:
"Los beatos, los histéricos, los destructivos del yo, son precisamente los autores que aportan su testimonio a esa horrenda y pulcra época en que vivimos. Nuestra era persigue conscientemente la salud, y sin embargo sólo cree en la realidad enfermiza. Respetamos precisamente aquellas verdades salidas de la aflicción. Mensuramos la verdad a partir de categorías de costes del escritor en sufrimiento, y no a partir del estándar de una verdad objetiva, a la que corresponderían las palabras del escritor. Todas y cada una de las verdades deben tener un mártir".
Antes que artistas, somos seres humanos. Y como seres humanos, estamos sujetos a las mismas leyes. Si le concedemos algo de razón a Sontag, el escritor "de buhardilla", vino barato y cigarros Delicados que vive entre libros, criticando a sus familiares y vecinos por ser unos autómatas y se ufana de su existencia "al margen de la sociedad enferma", es un seguidor más de los dictados de la representación social. No hace más que responder a las peticiones de la misma sociedad que critica. Igual que el ejecutivo y el "artista" de la tele, este otro busca el reconocimiento de los demás, sólo que, al haberse identificado con la imagen comunitaria del artista, lo busca en el camino espinoso de ese estereotipo.


Sobre la negativa a hablar (resistencia). Sobre la funcionalidad de la idea.