Investigación: ¿El precio de la fama?
He estado haciendo alguna investigación de campo. Me dicen que de esto se ha hablado en plan epidémico. Sin embargo, quiero hacer una aclaración. Es bastante frecuente que se hable de dos temas relacionados con el mío. El primero, que el escritor es con frecuencia un individuo atormentado, y que de su tormento le sale después tela de dónde cortar para sus escritos. Hoy en la mañana me platicaban del caso de Matt Groening: parece que “Los Simpson” se le ocurrió durante un periodo de alcoholismo crónico. Otro ejemplo es Rimbaud, que escribió Una temporada en el infierno en la indigencia. Pero mi investigación no es sobre si existen o no obras con un antecedente de ruina moral. El otro tema relacionado es la neuroticidad de las personalidades creativas, bastante estudiada por los psicólogos y gente interesada en “potencializar” las capacidades humanas (por lo regular con intereses mercantiles). Este tampoco es exactamente el tema que me interesa.
Antes de aclararlo, voy a señalar otros dos puntos. El primero es la también ya vulgarizada noción de que el poeta escribe por nostalgia, por un sentimiento de ausencia y esas cosas. Kierkegaard sostiene que el poeta llega a visiones sublimes de la realidad, a veces vestidas con la belleza del lenguaje, visiones que son “lo mejor de él mismo”; sin embargo, continúa Kierkegaard, esa cima de sí está dentro de una esfera puramente estética, en otras palabras, el poeta describe lo que anhela pero no tiene, la nostalgia de lo infinito, por ejemplo, y escribe cosas maravillosas que difieren diamentralmente de su existencia como sujeto real, donde es un individuo bastante patético. El segundo punto que quiero señalar es el escape de la realidad: no veo el mundo, pero describo el mundo que existe en mi interior, que sí es bello.
Ahora bien: no pretendo averiguar por qué el escritor ha escrito, sí la razón de que nos guste leerlo viene de alguna miseria moral que le tocó vivir, sino más bien el grado de conciencia con el que se dejó llevar (o evitó escapar) a la miseria moral, más aún, si él mismo la buscó para hacer de su propia biografía algo más artístico, menos burgués. En otras palabras, si había un para qué, y qué tan consciente, de su sima. Por ejemplo, Malcolm Lowry decidió que iba a morir de alcoholismo y nos dejó algunas grandes novelas antes de, efectivamente, morir de alcoholismo. La pregunta sería para qué querría Lowry morir de alcoholismo.
Dice Carlos Onetti que la vanidad de un escritor no tiene límites. La vanidad extrema es signo de una mente medio retorcida. ¿Puede la vanidad retorcer la mente de un sujeto al grado de hacerle buscar la propia degradación?
Actualización del lunes 25 de octubre de 2007:
El joven Emilio Sinclair, al narrar las viscisitudes de su adolescencia, señala de paso la impresión que le causó el advertir hasta qué grado sus pensamientos íntimos eran un reflejo de las grandes corrientes de pensamiento: la influencia de lo social sobre lo subjetivo-individual. Quien se crea muy espontáneo y original, está invitado a seguir leyendo para ponerse a prueba. En un libro sobre Susan Sontag (Verónica Abdala, 2004) me encontré parte de un ensayo que se llama "El artista como sufridor ejemplar", el cual me sirve para seguir ilustrando mi tema:
"El artista es el sufridor ejemplar. Y entre los artistas, el escritor, el hombre de palabras, es el que miramos como capaz de expresar y sublimar su sufrimiento, transformándolo en arte. Así como en épocas remotas el pueblo exigía el sacrificio humano en el marco de ciertas prácticas religiosas, los habitantes del mundo de hoy parecen exigirle al artista una considerable cuota de su sufrimiento como garantía de la veracidad de su arte. [...] En una concepción que asocia a los mandatos originales del cristianismo --a los artistas contemporáneos se les exige lo que en tiempos remotos se esperaba de los santos--, esta corriente empalma, subraya, con la tendencia de la cultura occidental a sobrebalorar el sufrimiento. Más precisamente, los méritos y beneficios espirituales del sufrimiento."En otro ensayo de Contra la interpretación, Sontag señala que esa es la imaginería social sobre los artistas, y sigue:
"Los beatos, los histéricos, los destructivos del yo, son precisamente los autores que aportan su testimonio a esa horrenda y pulcra época en que vivimos. Nuestra era persigue conscientemente la salud, y sin embargo sólo cree en la realidad enfermiza. Respetamos precisamente aquellas verdades salidas de la aflicción. Mensuramos la verdad a partir de categorías de costes del escritor en sufrimiento, y no a partir del estándar de una verdad objetiva, a la que corresponderían las palabras del escritor. Todas y cada una de las verdades deben tener un mártir".Antes que artistas, somos seres humanos. Y como seres humanos, estamos sujetos a las mismas leyes. Si le concedemos algo de razón a Sontag, el escritor "de buhardilla", vino barato y cigarros Delicados que vive entre libros, criticando a sus familiares y vecinos por ser unos autómatas y se ufana de su existencia "al margen de la sociedad enferma", es un seguidor más de los dictados de la representación social. No hace más que responder a las peticiones de la misma sociedad que critica. Igual que el ejecutivo y el "artista" de la tele, este otro busca el reconocimiento de los demás, sólo que, al haberse identificado con la imagen comunitaria del artista, lo busca en el camino espinoso de ese estereotipo.